Si alguien ha pasado por aquí alguna vez sabe que yo amo los parques. Son como una pequeña representación en miniatura de nuestra sociedad. Los amo hasta tal punto que les dediqué un día una carta de amor.
Tener niños pequeños implica de por sí convertirse en todo un catador experto de estos peculiares espacios.
Son micromundos. Cada uno es diferente del otro pero al mismo tiempo cuando viajas a otro lugar, gracias al lenguaje universal del juego, los más pequeños se entienden y pueden integrarse en ese nuevo mundo ya sea escalando, saltando, escondiéndose o jugando a la pelota en esas repúblicas independientes.
En cualquier comunidad hay conflictos, como también los hay en la comunidad de los niños jugadores. Pero estos, a diferencia de los adultos saben superar sus disputas mucho más fácilmente que los adultos. Lo hacen desde la empatía, sin rencor y vuelta de nuevo al juego tan amigos como siempre.
Tal vez la comunidad internacional debería jugar un poco más y aprender a superar los conflictos de manera similar a como los resuelven los más pequeños. Tal vez en las asambleas de muchas comunidades y ciudades como también las internacionales deberían aprender un poco de los niños y jugar un poco más. ¿Qué podría salir mal? Tal vez asimilarían que provocar una tercera guerra mundial no es muy diver que digamos.
Volviendo a mis queridos parques. Debo decir que se puede jugar en cualquier lado, cualquier espacio público sin necesidad alguna de un columpio y sin hacerlo sobre un costosísimo suelo de caucho coloreado. A veces menos es más y un espacio con elementos naturales puede estimular la creatividad infinita a través del juego.
Dicho esto, aquí van algunos puntos débiles que detecto en la mayoría de los parques que he catado:
-Son aburridos. Un parque precisamente debería ser todo lo contrario pero es que algunos son tan excesivamente seguros, con barreras para cercar el perímetro, bancos de los padres en posición torre de control y ningún elemento natural como una roca un tronco o algo que de bien seguro ya invita a escalar y superar más allá de los límites de un tradicional «horsee» que los convierten en espacios tediosos en los que al cabo de pocos minutos suelen surgir los primeros signos de aburrimiento.
-Son monótonos. Una vez visitado un mínimo de 5 parques. Uno automáticamente puede convertirse en diseñador de zonas de juego infantiles. Muchas veces me pregunto si se copian unos municipios a otros, o se hacen mediante una plantilla o fórmula genérica. Se mide la superficie destinada al juego y de ahí se calcula cuantos elementos caben. Que si uno o dos columpios, tobogán, sube y baja, caballito, moto o delfín y poco más. Para ser un espacio destinado a los niños, su diseño podría abrirse un poco más a la participación, creatividad y co-creación con sus potenciales usuarios.
-Son llanos. Iba a decir tierra planistas pero no sé si se captaría la idea de este punto. Fijaros como la práctica totalidad de los parques son así, llanos por completo. Parece ser una norma no escrita que antes de crear una zona de juego haya que pasar la apisonadora. No hay nunca desniveles, montículos que escalar, agujeros por los que meterse, pendientes por las que lanzarse en monopatín o rocas sobre las que saltar.
Son planos como el mar en calma desde el cual se divisa el horizonte. Son generalmente llanos y yo creo saber porque. Porqué en su diseño está el enfoque que prima el control y la seguridad, de tal manera que los padres no pierdan nunca de vista a sus hijos. Leyendo a Tonucci recuerdo que contaba la anécdota de unos niños que decían sentirse continuamente observados en el parque y que les era hasta cierto punto molesto que todos los bancos de sentarse rodeasen el parque en modo vigilancia carcelaria.
-Son poco estimulantes y cero sorprendentes. Lo que decía antes, visto uno visto todos (salvo contadas excepciones) las zonas de juego son cerradas y ya dan los elementos sobre los que jugar. Sin dejar poco margen ni espacio físico literal para desarrollar otros juegos.
-Son pequeñas islas, pequeños oasis. Aquí en España y en muchos sitios que he estado es más fácil encontrar un unicornio que una zona verde. En ocasiones he caminado mucho para encontrar también un parque. En las grandes ciudades este hecho es fácilmente comprobable. Si uno mira su ciudad desde arriba, como nos permite la tecnología podrá apreciar a simple vista lo mucho que cuesta encontrar esas manchas verdes. La ciudad en sí podría ser jugable en multitud de formas y espacios y no limitar el juego a los llamados oasis metropolitanos.
Como todas las normas tienen su excepción y creo que con el paso del tiempo los ciudadanos reclamarán para sus respectivas ciudades más espacios para divertirse en familia. El juego aunque lo demos por algo infantil no es una actividad exclusiva de los niños. Alguna ordenanza municipal creo haber leído prohibía el juego en determinados lugares y horarios pero salvando esto. El juego está permitido siempre y es bueno recordar que puede jugar cualquier persona de cualquier edad.
Este fin de semana visité uno de los que ya era desde hace tiempo uno de mis parques favoritos y es el que ilustra la entrada de hoy. Es el parque «de abajo» del Castell de Bellver. Hace poco ha sido reformado íntegramente y ha quedado espectacular. No termino de entender cierta polémica que se generó sobre esta remodelación. Es que acaso en un bosque, en el mayor pulmón verde que tenemos en la ciudad no tiene cabida un parque donde ya lo había y que además se ha integrado a la perfección con el entorno, aprovechando materiales naturales como la madera, rocas, arena…
En vez de oponerse considero lo que hace falta precisamente es reclamar, ocupar esas zonas para el disfrute en familia del que hablaba antes. Hacerlo siempre con respeto, con mucho mimo pues lo público es de todos y para muchos lo único.
Totalmente de acuerdo
Muchas gracias por leerme! Detecto que ya eres todo un catador tu también jeje